La Asociación Latinoamericana de Desalación y Reúso de Agua (ALADYR) ha aprovechado el Día Mundial de la Agricultura, este pasado sábado 9 de setiembre, para destacar la necesidad urgente de prevenir y mitigar los efectos de las sequías en América Latina y el Caribe. Esta región ha experimentado pérdidas económicas significativas debido a sequías cada vez más prolongadas y severas. Según la plataforma internacional de recopilación de datos de desastres (EM-DAT), las pérdidas económicas directas en la región por sequías en los últimos 20 años ascienden a 28 mil millones de dólares, lo que representa el 15% de las pérdidas globales por la misma razón.
De acuerdo con estos datos, Argentina, uno de los países más afectados, proyecta pérdidas de 14 mil millones de dólares en las producciones de soja, maíz y trigo debido a la sequía. Uruguay también ha sufrido pérdidas históricas en la fase agropecuaria, estimadas en 1.809 millones de dólares. Brasil, uno de los principales exportadores de productos agrícolas, enfrenta problemas similares, con áreas susceptibles a la desertificación que afectan a más de 31 millones de personas y pérdidas de 20 mil millones de reales en la producción de alimentos en 2022.
Según los especialistas del Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC), esta situación empeorará, y es esencial utilizar tecnologías para adaptarse. Se debe incorporar el concepto de economía circular del agua mediante el reúso y avanzar en la masificación del riego por goteo o pulso para conservar el agua. La falta de este recurso no solo encarecerá y escaseará los alimentos, sino que también tendrá graves impactos económicos y sociales, amenazando la estabilidad de la región. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) insta a ver las aguas residuales como un recurso y adaptar las infraestructuras de tratamiento para su aprovechamiento agrícola.
En un enfoque preventivo, ALADYR destaca casos exitosos de riego agrícola con aguas residuales tratadas en regiones desérticas, como el Valle de Ica en Perú y Las Salinas de Pullally en Chile. Estos proyectos demuestran que la sostenibilidad puede ser económicamente viable y ayudar a combatir la desertificación. Además, se espera un aumento significativo en la demanda de productos y servicios en América Latina y el Caribe para 2050, lo que hace que la eficiencia en el uso del agua y la generación de nuevas fuentes sean cruciales para la supervivencia de la región.