En América Latina y el Caribe, la cifra de niños que padecen desnutrición crónica es alarmante. Más de 5,8 millones de niños en la región se enfrentan a esta realidad. La falta de alimentos nutritivos afecta gravemente la salud y el desarrollo de los niños, les roba la oportunidad de un crecimiento saludable, y tiene un impacto duradero en sus vidas, afectando su capacidad de aprendizaje y su futuro.
En este contexto, los comedores escolares emergen como una posibilidad para el futuro de estos niños. Estos programas no solo son cruciales para mantenerlos en la escuela, sino que también representan una esperanza real de mejorar su estado nutricional. La desnutrición crónica no solo está relacionada con la falta de alimentos, sino también con la calidad de los mismos. Los comedores escolares pueden brindarles alimentos diversos, frescos y nutritivos, lo que es esencial para su desarrollo físico y cognitivo.
Según datos de la ONU, en América Latina y el Caribe, más de 80 millones de estudiantes dependen de los programas de alimentación escolar para recibir desayuno, almuerzo o merienda. Este esfuerzo es crucial para mantener a los niños en la escuela, pero enfrenta una amenaza creciente debido a los altos precios de los alimentos.
Durante la pandemia, muchos países de la región adaptaron y expandieron con éxito sus programas nacionales de alimentación escolar para abordar las necesidades de los estudiantes. Sin embargo, el cierre de las escuelas tuvo un impacto devastador en la educación, afectando a 165 millones de estudiantes y provocando que alrededor de 3,5 millones abandonaran sus estudios. Esta crisis educativa persiste en medio de una crisis económica, con precios de alimentos e insumos agrícolas en aumento y declives en los indicadores nutricionales.
Un dato alarmante es que hasta 12 millones de niños y adolescentes ya no asisten a la escuela, y la trayectoria educativa de más de 118 millones de niños de 4 a 17 años está en riesgo. La alimentación escolar es esencial para garantizar la asistencia, reducir la deserción escolar y aumentar las tasas de graduación.
La crisis educativa se agrava con el deterioro de los indicadores de nutrición. Entre 2014 y 2021, el número de personas con hambre en la región aumentó de 38 a 57 millones, y la inseguridad alimentaria también creció.
A pesar de la pandemia y sus impactos económicos, los gobiernos siguen comprometidos con los programas de alimentación escolar, financiándolos en un 99%. La inversión regional varía de 3600 millones de dólares a 7600 millones de dólares. Además, 19 países tienen políticas o leyes específicas sobre alimentación escolar, y otros están desarrollando marcos similares.
Sin embargo, el reciente aumento en los precios de los alimentos y el combustible está afectando la calidad y el alcance de estos programas. Algunos gobiernos se ven obligados a hacer concesiones, proporcionando comidas menos nutritivas o reduciendo la frecuencia de distribución.
Las desigualdades entre países son evidentes, con costos anuales por estudiante de tan solo 10 dólares en países de bajos ingresos y 293 dólares en países de altos ingresos. La cobertura de los programas varía del 30% al 100%.
Es esencial reconocer que, más allá de la pandemia, la alimentación escolar puede ser una herramienta valiosa para brindar apoyo durante crisis como catástrofes naturales, inflación y migraciones masivas. Algunos países, como Nicaragua, Honduras, San Vicente y Granadinas, y Haití, ya han utilizado las escuelas como centros para proporcionar ayuda adicional a estudiantes y comunidades.
Es hora de tomar medidas decisivas para evitar que miles de niños en la región sufran la falta de alimentos y continúen su educación de manera efectiva. La importancia de los comedores escolares para los niños con desnutrición crónica no puede subestimarse. Son una herramienta vital para romper el ciclo de la desnutrición y brindarles una oportunidad en la vida. Más allá de la pandemia, es crucial que los gobiernos se comprometan a fortalecer y expandir estos programas, para que cada niño tenga la oportunidad de crecer sano, aprender y alcanzar su máximo potencial. La lucha contra la desnutrición crónica comienza en la mesa de la escuela, y debemos asegurarnos de que ningún niño quede atrás.