Ecuador atraviesa un momento muy crítico. Quizás sus representantes políticos no han alcanzado a dimensionar el momento. Sin embargo, los resultados de las últimas elecciones del 20 de agosto son un síntoma de que su población pide una reconstrucción del país o al menos un cambio drástico.
Si no ocurre, está en riesgo el fortalecimiento de la democracia y las instituciones per se. Una crisis democrática puede, obviamente, descomponer un país que de por sí ya enfrenta problemas profundos de inseguridad. A ello se suman índices económicos que afectan al ecuatoriano de a pie.
El resultado electoral marca -a priori- un deseo de avanzar hacia un momento más acorde al constante cambio generacional de la sociedad. Para empezar, en una primera lectura, los dos candidatos finalistas fueron votados por una buena parte de los sufragantes jóvenes. En Ecuador el 54 por ciento del padrón electoral está compuesto por millennials y centennials; es decir sus decisiones afectaron en el resultado del domingo 20 y muestran el camino. Optaron por dos candidaturas que en los papeles representan una contraposición de posturas. Siempre, desde la universalización del voto, los padrones tienen una composición generacional joven; pero su decisión parece ser más determinante que en el pasado.
Luisa González, representante del correísmo, llega con un 33,62% de los votos y su discurso ha picado -con su discurso- en la necesidad de retornar al pasado cuando Rafael Correa gobernó (2007-2017). Esa idea puede contraponerse con la lección de la elección del domingo 20, sin embargo, se debe poner en contexto que el correísmo tiene una maquinaria política por detrás. Su apuesta por el cambio, no obstante, es de corto plazo: su propuesta de cambio solo se enfrenta a lo ocurrido en los gobiernos del actual presidente Guillermo Lasso y del exmandatario Lenin Moreno. Ambos catalogados, por el correísmo, como representantes de la vieja forma de hacer política y que en los hechos no tuvieron respaldo de la sociedad.
La polarización política ha desgastado a Ecuador. Los síntomas de esa división empezaron desde el arranque del primer período de gobierno de Correa y se agudizaron con los años. Los votantes de entre 23 y 40 años crecieron y maduraron entre el discurso de correísmo y anticorreísmo que ha saturado a dos generaciones. El resultado es la llegada de Daniel Noboa, un joven empresario y con apenas experiencia política de 35 años, a la segunda vuelta con un discurso más propositivo que confrontativo. Obtuvo el 23,43 por ciento de los votos y se lo ha calificado como un “outsider”.
La clave del representante de la alianza ADN es su trabajo en territorio (apoyado por su madre, Anabella Azín, una reconocida médica), su discurso sobre empleo y educación para jóvenes y seguridad y una posición de poca confrontación. “Somos la candidatura de la juventud”, dijo en una rueda de prensa tras ratificarse su paso al balotaje del 15 de octubre. Además, esto hace que él se autodefina como un candidato incómodo para el correísmo, aunque no se declare como “anti nada”. Su postura por enfocarse en propuestas apuntaladas a ofrecer empleo calaron.
¿Por qué la preocupación por el trabajo? Según datos oficiales de julio de este año, menos de 3 millones de ecuatorianos tuvo empleo adecuado, por ejemplo. La población económicamente inactiva fue de 4,6 millones de personas de un universo de 13,1 millones de personas que componen la población en edad para trabajar. La población económicamente activa en julio fue 8,4 millones de personas. En Ecuador hay 18 millones de habitantes.
La curiosidad por Daniel Noboa se había detectado, en el mundo digital (en Google Trends) el 13 de agosto. Ese día fue el debate entre los postulantes a la Presidencia. Su término de búsqueda superaba a la de Jan Topic, otro de los más buscados en la herramienta que muestra las tendencias de búsqueda en Google. Su nombre se relacionaba a la búsqueda de su movimiento político o el nombre de su esposa, la influencer Lavinia Valbonesi. El interés del debate se extendió a las redes sociales con réplicas de las frases, los vínculos con su padre, el empresario y ex candidato presidencial Álvaro Noboa y actitudes del candidato y sus oponentes.
Esa es la clave para entender la necesidad de un cambio que ni la propia clase política ortodoxa institucionalizada ni el propio correísmo ha entendido. La confrontación, traducida en la poca gobernabilidad, llevó a que el presidente Lasso decretara la disolución de la Asamblea Nacional el pasado 17 de mayo mediante el mecanismo de la muerte cruzada. El Ejecutivo, que viene de una visión derechista, tuvo un periodo débil justamente porque no pudo desarrollar un proyecto de avanzada.
Las esperanzas del elector joven por un cambio ya se percibieron desde las elecciones presidenciales del 7 de febrero del 2021. El escenario fue similar. La maquinaria correísta llevó a la segunda vuelta a Andrés Arauz de Fuerza Compromiso Social y Lasso (CREO) apenas logró una diferencia de 30 mil votos sobre Yaku Pérez, representante del movimiento Pachakutik, brazo político de la organización indígena ecuatoriana Conaie. Pérez fue calificado como el “outsider” de esas elecciones por capitalizar las preocupaciones de los jóvenes progresistas: respeto del medioambiente, derechos civiles, etc y una posición extrema a la explotación minera.
El propio Lasso tuvo que reajustar su campaña para el balotaje y acercarse a los jóvenes. Tuvo buenos resultados al punto que ganó al correísmo, pero todo quedó en marketing político. La confrontación política se agudizó con el incremento de la inseguridad en el país.
La preocupación por la seguridad es de gran importancia para muchos habitantes de Ecuador. Al llegar a octubre de 2022, según Human Rights Watch, el número de homicidios había aumentado hasta alcanzar casi 16 por cada 100 000 residentes. En respuesta a los actos de violencia perpetrados por pandillas, el Gobierno de Lasso anunció en agosto del año pasado su cuarto estado de emergencia desde octubre de 2021.
El hacinamiento y la falta de supervisión gubernamental en las prisiones de Ecuador han contribuido a que miembros detenidos de pandillas cometan masacres.
Asimismo, Human Rights Watch reconoció que existe preocupación por la fragilidad del Estado de derecho, las serias acusaciones de corrupción, la falta de reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, las restricciones al acceso al aborto y la limitada protección para niños, niñas y personas lesbianas, gais, bisexuales y transgénero (LGBT).
La escalada de violencia está en aumento y, si esta tendencia persiste, el país cerrará el 2023 con una tasa de 40 homicidios por cada 100,000 habitantes, convirtiéndose en el más violento de la región.
Las cifras alentaron que en la última campaña el tema central sea la inseguridad para la mayoría de tiendas políticas. Se presumía que las propuestas captaría la atención del electorado. El empresario y economista Jan Topic, candidato de 40 años, apostó por la seguridad para ganar las elecciones. Aunque en las encuestas aparecía como uno de los favoritos, su propuesta no cuajó y el Partido Social Cristiano (PSC), la organización que lo apoyó, logró 14,66% de los votos en la contienda presidencial. ¿Por qué? Se relaciona al partido político con la misma disputa política de correísmo-anticorreísmo.
Entonces, la seguridad no es la única prioridad para los electores jóvenes. Otro síntoma de otra preocupación, que tiene que ver más con el medioambiente, se identifica en los resultados sobre la consulta popular que también se realizó el domingo 20 de agosto. La mayoría (58,96 por ciento) decidió mantener el crudo indefinidamente en el ITT en el parque nacional Yasuní. La decisión llega a sabiendas de que tiene un costo. Según un estudio del Banco Central del Ecuador, la no explotación generará una reducción de ingresos por producción petrolera de 17.634 millones de dólares entre el 2023 y 2043.
La preocupación es integral y va más allá de lo político. Ecuador enfrenta el desafío de reconstruir su democracia que se vio golpeada por el magnicidio de Fernando Villavicencio, uno de los 8 candidatos de esta última contienda electoral ocurrido el 9 de agosto a 11 días de las elecciones. El asesinato agregó un componente emocional en las últimas elecciones, hubo un sentimiento de rechazo a la violencia y evidenció la descomposición de la democracia. Los seguidores del Villavicencio apoyaron a Christian Zurita, reemplazo de Villavicencio y logró un tercer lugar.
La figura de Fernando Villavicencio y su movimiento Construye sí representan al anti-correísmo y por ende sus votantes. De esta manera lograron, además del tercer lugar en las presidenciales, una fuerte presencia en la Asamblea Nacional; serán la segunda fuerza con al menos 30 legisladores frente a los 53 de la Revolución Ciudadana del correísmo. ADN de Noboa tendría 12 curules. Ninguna organización logrará los 71 puestos necesarios para una mayoría (se necesita la mitad más uno). Ese escenario hace preveer que habrá una disputa política entre Legislativo y Ejecutivo cuando se instalen las nuevas autoridades.
Pase lo que pase el 15 de octubre, la clase política debe entender las señales; debe comprender el deseo de un cambio lejos de la confrontación y la violencia política. El 20 de agosto, los ecuatorianos salieron a votar, en medio de un contexto de miedo por la inseguridad. Hubo una participación de más del 82 por ciento y, se puede tomar, como un deseo de cambio. De no ocurrir, la democracia corre el riesgo de descomponerse o de que aparezcan fenómenos autoritarios de extrema izquierda o derecha.