La inyección trabaja con la información genética de cada paciente para reforzar su respuesta inmunológica.
La empresa de biotecnología Moderna está desarrollando una vacuna contra el cáncer, trabajando un acercamiento personalizado que se basa en el ribonucleico mensajero (ARNm) adaptado a las características de cada paciente.
El ARNm contiene la información genética que se necesita para elaborar las proteínas y es por ello que esta “vacuna” funcionaría como un tratamiento y no como una inmunización. La inyección funciona extrayendo una muestra del tumor en cuestión, identificando las mutaciones que lo definen y produciendo una vacuna acorde, que funcionaría como un complemento a otros tratamientos, reforzando la respuesta inmunológica del paciente.
Esta nueva tecnología médica se viene trabajando a raíz del éxito que tuvo el laboratorio con las vacunas contra la COVID19, la cuales “educaban” al sistema inmunitario, proporcionando una vista previa del objetivo que debe ser identificado y destruido para mantener el organismo a salvo. De acuerdo con un artículo publicado en National Geographic, los expertos creen que las vacunas contra el cáncer pueden destruir células cancerosas que podrían haber sobrevivido a otros tratamientos, impedir que el tumor crezca o se extienda, o evitar que el cáncer reaparezca.
La vacuna aún se encuentra en Fase 2 de testeo y aunque aún no hay fecha de lanzamiento oficial, se ha adelantado que acarreará menos problemas de distribución en países en vías de desarrollo en regiones como Latinoamérica o África. El laboratorio ha ampliado su red de fábricas a Australia, Canadá, Reino Unido y Kenia para responder más efectivamente a las necesidades que haya a nivel global, sin necesidad de liberar las patentes, como pidieron en su momento los Estados Unidos, Sudáfrica, la India o la Organización de las Naciones Unidas.
De acuerdo con un artículo publicado en BloombergLinea, el proceso desde que se realiza la primera biopsia del tumor hasta la primera dosis de la vacuna podría durar entre 8 a 10 semanas. Uno de los retos que enfrenta la ciencia en este momento es reducir el tiempo entre “aguja y aguja” para lograr que la vacuna sea práctica y accesible para todos.